Un beso eterno by Patricia Bonet

Un beso eterno by Patricia Bonet

autor:Patricia Bonet [Patricia Bonet]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788425364549
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2023-01-26T00:00:00+00:00


21

Octubre de 2011

La boca aún le sabía al gofre con chocolate que había tomado para cenar. Le gustaba. Podía considerarse un adicto.

Estaba hablando del gofre, claro. A los besos de Lucy todavía no se había vuelto adicto, pues era la primera vez que los probaba. Pero podría acostumbrarse a ellos.

Vaya si podría.

La chica sabía besar y dar un buen uso a los labios.

No tenía ni idea de cómo se llamaba el movimiento de lengua que ella hacía, aunque tampoco le importaba. Con tal de que siguiese haciéndolo, él sería feliz.

—Liam… —Su nombre, saliendo en un jadeo de esa boca que sabía al mejor de los chocolates, fue como un latigazo a su entrepierna.

La tenía como el martillo de Thor.

Casi le entró la risa al pensarlo, pero habría jodido la magia, así que se tragó la carcajada junto con otro jadeo de la morena que se revolvía entre sus brazos.

O era el mejor besador del mundo o esa chica fingía de la hostia, porque ya estaba boqueando como un pez y pidiendo más, y eso que ni siquiera la había tocado todavía como a él le gustaría.

—Dime qué quieres —le preguntó, separándose de su boca y dando un pequeño mordisco al lóbulo de su oreja.

—Todo, Liam. Haz conmigo lo que te dé la gana, pero no pares.

Sonrió.

¿Lucy no sabía que una mujer no podía decirle eso a un hombre? Los hombres eran primitivos por naturaleza y, si se daban cuenta de que tenían el poder, se volvían gilipollas.

Y él no era una excepción.

Aun así, se centró en ella, solo en ella y en lo que le pedía con los ojos y, sobre todo, con sus movimientos y expresiones. Le gustaba recibir placer como al que más, pero también darlo. Y si era durante toda la noche, mejor. Le encantaba que las mujeres se corriesen entre sus brazos antes de buscar su propio placer.

Abandonó los labios femeninos y se centró en su cuello. Lo mordió, lo lamió y lo succionó hasta dejar en él una pequeña marca entre roja y morada.

Lucy se apartó y lo miró a los ojos.

—Eso me va a dejar marca.

—Lo sé. ¿Te molesta? —Aunque intuía que le había gustado, pues solo había que ver el brillo en sus ojos y su sonrisa pícara y divertida, tenía miedo por si se había pasado y había conseguido todo lo contrario, pero Lucy ladeó la cabeza, reptó hacia atrás en la cama, hasta apoyar la espalda en el colchón, y abrió las piernas todo lo que pudo. Con la visión de la falda arremangada hasta la cintura y el tanga ahí expuesto que tapaba entre nada y menos, a Liam le costó tragar.

—Sé de otro sitio donde me puedes dejar marca…

Que Dios lo ayudase. Y eso que él era ateo.

Tuvo que contenerse para no lanzarse sobre la chica haciendo el salto del tigre.

Estaba a punto de responder a su comentario subido de tono cuando un móvil comenzó a sonar. Quiso ignorarlo, pero la voz de Zoe, resonando por toda la habitación, se lo impidió: «¡Soy Liam Turner y tengo ladillas en el rabo!».



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